Leo... cierro mis ojos, y otra vez, te siento. Estas a mi lado, sonriéndome, apuntándome con tus ojos cristalinos. Te beso, y juro que ese beso fue real, lo sentí, te lo dí, hace unos minutos, en mi balcón. Llegas a mi, en espíritu, en la pureza inocente del amor, la misma que cuando te enamoras de niño. Tomo mi guitarra, esa que supiste acariciar y te acepto, ella, el medio por el cual te envío mis sentimientos mas preciados esta mañana, sé que llegan a tí, porque así lo deseo, porque nada puede con el amor... Me conmueves, me estremece sentir todo lo que me dices... al oído.
Me imagino llegando a tu casa, y despertándote con una canción.
Tu recuerdo yace inmutable en mi memoria, aunque pase un siglo sin verte, estaré en ti siempre, porque tu estarás en mi, siempre. Las rimas del viento son melodías que acarician nuestras sienes, así, el recuerdo de aquella noche, la dulce tonada de tu voz, acaricia mi alma por dentro y la eleva, como se eleva el cóndor en los Andes. Que tu alma se eleve y no posee los pies sobre la tierra, cuando de ti emerja, de lo mas profundo, mi recuerdo. Soy el Ave que se posará a tu ventana todas las mañanas, despertándote, con suaves trinos, para que tu amanecer sea distinto, a todos los demás... Te espero, en el aire, en lo que no podemos, aún, palpar.
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